José María López Jiménez es un experto de nuestro panel de profesionales fintech, con respuestas sobre regulación financiera y temas relacionados con productos fintech de la calidad de gran calidad como esta sobre minicréditos. En su blog sobre el sistema financiero ha publicado un artículo sobre un posible apagón tecnológico y sus efectos en las finanzas mundiales. Una distopía financiera que nos hace pensar en la relación entre tecnofinanzas y la energía que mantiene los sistemas de procesamiento y almacenamiento operativos.
El dinero es un concepto que los economistas dan muchas veces por sentado, pese a los complejo y líquido de su naturaleza. Podemos decir que el dinero y la escritura son las dos bases de la evolución social humana, tal es la importancia de las finanzas en la vida del hombre. Y sin embargo hay muchos aspectos del dinero desconocidos para el público en general. ¿Cómo es posible que un registro informático, sin ningún respaldo real, tenga valor? Además del dinero legal, criptomonedas como el Bitcoin al margen de ningún poder estatal o supranacional, ¿pueden considerarse dinero? Si se «apaga» Internet, ¿desaparece el dinero que tenemos en las cuentas de los bancos?
El sistema financiero y tecnofinanciero se basa en la confianza y en la información. ¿qué ocurre cuando uno de estos componentes se viene abajo? Veamos la distopía surgida de la creativa mente de José María López:
El apagón de 2022
En el año 2022 se produjo el «apagón» (black-out), por motivos no esclarecidos todavía del todo. Hay quien afirma que los Nexus, en alguna de sus diversas versiones, se vieron implicados más o menos directamente en los hechos que lo originaron.
El flujo de energía eléctrica tradicional y nuclear quedó interrumpido durante meses, por lo que todas las máquinas alimentadas por esta fuente de energía quedaron inútiles, inservibles.
La ingente cantidad de datos acumulada en soporte digital se perdió o quedó deteriorada irreversiblemente. Las grandes compañías y plataformas que, gracias al tratamiento masivo de datos, parecía que dominarían la economía mundial durante, al menos, el resto del siglo XXI, quebraron súbitamente. Entre ellas cabe citar, por ejemplo, a la Tyrell Corporation.
Los humanos, pero también los cíborgs y los robots, tuvieron que volver a formas de vida anteriores a las propias de las surgidas al albur de la Revolución Industrial.
A pesar de la abundancia de máquinas —inertes—, la vida en Los Ángeles en 2022 era más similar a la desarrollada por los pobladores de las cuevas de Altamira, miles de años atrás, que a la de los habitantes de una ciudad como Londres en el año 2000. La contradicción no podía ser mayor.
Pocos habían valorado en su justa medida la dependencia de la energía y la vulnerabilidad de los datos almacenados en soporte electrónico ante un corte prolongado del suministro y las tensiones magnético-ambientales.
La economía mundial se desplomó, y el sueño, para unos, o la pesadilla, para otros, de un planeta globalizado y culturalmente homogéneo desapareció como las lágrimas en la lluvia.
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